La resistencia a los insecticidas es un concepto complejo que puede abordarse a nivel celular, individual o poblacional.
Podemos entender a la resistencia como la habilidad complementaria y hereditaria propia de un individuo o conjunto de ellos, que los capacita fisiológica y etológicamente, para bloquear la acción tóxica de un insecticida por medio de mecanismos metabólicos y no metabólicos y en consecuencia, sobrevivir a la exposición que para otros sería letal. (Lagunas y Villanueva 1994).
¿Difícil, no? Podemos definir a la resistencia como la aparición en una población de insectos, de la facultad de tolerar dosis de sustancias tóxicas que resultarían letales para la mayoría de los individuos de una población normal de la misma especie (OMS, 1957)

Como podrás ver, la resistencia a insecticidas puede manifestarse de diferente manera. Reconocemos 3 tipos de resistencias:
Cuando una población sometida a la presión de selección con un insecticida, adquiere algún mecanismo de resistencia a éste y a otros productos que comparten o no su modo de acción.
Un solo mecanismo de defensa confiere resistencia a varios tóxicos
Cuando una población sometida a la presión de selección con un insecticida, se hacen resistentes a varios insecticidas, aunque no hayan sido aplicados y no importando su grupo químico o forma de acción, ya que presentan al mismo tiempo varios mecanismos de resistencia.
De este modo, coexisten diferentes mecanismos de defensa que dan resistencia a varios tóxicos.
Cuando cambia el comportamiento de la población de modo tal que evita el contacto con el tóxico a la dosis de uso.

Georghiou (1994), clasificó a las estrategias de manejo en tres categorías:
Estas estrategias no son excluyentes, por lo que para cada región específica deberán analizarse en forma individual y escoger, dentro de un solo programa de manejo, todas aquellas tácticas que se consideren de utilidad.
Se reconoce que los genes de susceptibilidad constituyen un recurso biológico muy valioso y por lo tanto importante de proteger.
Se apoya en el uso de dosis que no eliminen al 100% de los individuos suceptibles, elevar en lo posible los umbrales económicos, hacer aplicaciones localizadas en lugar de generalizadas, dejar algunas generaciones sin tratar y usar formulaciones poco persistentes.
Esta estrategia es la senda del manejo integrado de plagas.
Esto no significa saturar el ambiente con insecticidas, más bien consiste en saturar las defensas biológicas de los insectos mediante la aplicación de dosis lo suficientemente altas como para eliminar a los individuos heterocigotos (RS); y de esta manera prevenir que se formen los
homocigotos resistentes (RR).
Dicho objetivo, se alcanza mediante el uso de sinergistas que bloquean enzimas específicas involucradas en la detoxificación de insecticidas, o
bien con el uso de insecticidas en mezcla con atrayentes mágicos.
Esta estrategia, consiste en cambiar el tipo de insecticidas para que la población objeto de control no tenga tiempo de desarrollar resistencia. De esta manera se sugiere aplicar los insecticidas en mezcla o en rotación (Georghiu 1983, Roush y McKenzie 1987, Tabashnik 1989)


Nota escrita por el Ingeniero Agrónomo Conrado Caniggia

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